La batalla de les idees està entrant en una fase de desgast del, així anomenat, progressisme. A tot Europa s’està qüestionant el llegat dels enrenous del 68, que ens ha dut a un cul de sac espiritualment eixorc i socialment suïcida. El sempre agut Marc Bassets, a La Vanguardia del 01/08/2005, presenta la situació alemanya. Mentrestant, aquí continuem baixant pel precipici; com sempre, serem els últims a despertar.Ajuste de cuentas con el 68
Jóvenes autores alemanes cuestionan la herencia de la revuelta de los sesenta. Las críticas apuntan al antiautoritarismo y a los elementos antisemitas del 68 alemán.Se ven a sí mismos como una minoría casi clandestina, como excéntricos en el paraíso del consenso que es Alemania. Algunos se denominan liberales; otros, neoconservadores; otros rehúyen las etiquetas. Dicen no a los que dijeron no, a la llamada generación de 1968. O como mínimo, ponen en duda su herencia.
En vísperas de elecciones y de un posible giro conservador en la política alemana, jóvenes escritores, periodistas y universitarios alemanes han irrumpido en los últimos meses con una crítica severa al 68: la generación de las revueltas estudiantiles, de la revolución sexual y antiautoritaria, la que, en Alemania, ahora está en el poder, con figuras como la del ministro de Asuntos Exteriores, el verde Joschka Fischer.
La novedad no es que se ponga en duda la herencia de la generación de los sesenta. En un país tan dado al autoanálisis como Alemania, no es extraño que 1968 ya haya propiciado una abundante bibliografía. Y, en círculos conservadores, el término sesentayochista es desde hace tiempo un insulto.
La novedad es, más bien, que los ataques procedan ahora de posiciones, en principio, izquierdistas, o alejadas del conservadurismo alemán tradicional. Y, al mismo tiempo, que sea la generación de los hijos del 68 quien eleve la voz contra sus mayores.Sophie Dannenberg, nacida en 1971, ha sido una de las sensaciones literarias de la última temporada con
Das bleiche Herz der Revolution (El pálido corazón de la revolución),una documentada sátira de la revolución de los sesenta. “La primera novela que se enfrenta a los del 68 desde el punto de vista de sus hijos”, se lee en la contraportada.
“En realidad, todos seguimos siendo del 68 en Alemania, también la derecha. Hacer diferencias entre izquierdas y derechas no tiene mucho sentido. Desde 1968 Alemania ya no es un país de derechas ni conservador, sino un país de izquierdas, cultural y estructuralmente”, dice Dannenberg. Esta escritora siente afinidad con otros autores de su generación, como el novelista y poeta
Uwe Tellkamp, médico de profesión, nacido en la antigua Alemania Oriental.
Para Dannenberg, que usa un seudónimo, de la hegemonía del 68 ha resultado la renuncia a valores como la puntualidad, la eficiencia o el trabajo, considerados tradicionalmente alemanes.
Otro reproche habitual contra la generación de los sesenta es la educación antiautoritaria, que ahora algunos hacen responsable del descenso de los niveles educativos en Alemania.
“Los hijos del 68 están a menudo desorientados, tanto políticamente como espiritualmente”, constata Dannenberg, quien advierte de que ella misma no es hija de sesentayochistas, aunque compartió algunas experiencias de éstos, como ir a una guardería alternativa. A raíz de la publicación del libro, explica, ha recibido muchas cartas de jóvenes que sufren secuelas por la educación de la época.
Contra esta supuesta hegemonía del 68, que se pone de manifiesto en el rechazo masivo de los alemanes a la política exterior de Estados Unidos o en la defensa del Estado de bienestar alemán, se han elevado autores como
Mariam Lau, nacida en 1962, jefa de opinión del diario conservador
Die Welt.En un revelador reportaje que recientemente publicó en otro medio, el
Süddeutsche Zeitung Magazine, Lau diseccionaba el emergente neoconservadurismo alemán.
A diferencia de los conservadores tradicionales alemanes, que siempre han sido críticos con el 68, muchos de estos neocons alemanes, un poco a la manera de sus modelos norteamericanos, provienen de la izquierda.Aunque Sophie Dannenberg rechaza cualquier etiqueta política, subraya que ella “se siente inscrita en la tradición de la Ilustración”.
“Este libro ha roto un tabú. Ha verbalizado lo que ya se sabía. A muchos les ha parecido una traición. Que desde el principio los conservadores atacasen el 68 es lógico —dice—
, pero que el libro haya desenmascarado el 68 con argumentos e interpretaciones de izquierdas ha dolido”. Los universitarios
Ingo Way y
Michael Holmes, quienes difunden sus ideas liberales por internet, provienen de la izquierda radical proisraelí, pero rompieron con ella porque discrepaban de sus críticas al capitalismo. No se consideran hostiles al 68. “Creo que está un poco sobrevalorado. Los del 68 se cuelgan medallas por avances que habrían sucedido igual, como la revolucion sexual”, opina Way, de 30 años.
Ahora, desde el blog
Freunde der offenen Gesellschaft (Amigos de la sociedad abierta), combaten el antiliberalismo, el antisemitismo y el antiamericanismo. “El pueblo alemán quiere ante todo seguridad. Teme la libertad y la responsabilidad individual. En el corazón, los alemanes son socialdemócratas”, se queja Ingo Way, quien se resiste a ser llamado neoconservador. “Los neoconservadores quizá son cien personas en toda la República. Pero he escrito sobre ellos porque antes en Alemania no existían”, dice Mariam Lau, durante un almuerzo en el confortable club de la Axel Springer Haus, en Berlín, desde el que se divisa toda la ciudad.
El edificio —y su relación con Mariam Lau— tiene historia. El magnate de la prensa
Axel Springer, fundador de
Die Welt y del sensacionalista
Bild Zeitung, lo hizo construir en la parte occidental de la ciudad, justo al lado del Muro, como símbolo de la libertad, cuya visión era ineludible desde el Berlín comunista.
Axel Springer, fallecido en 1985, era el archienemigo de los sesentayochistas. Por ejemplo, del padre de Mariam Lau, exiliado iraní en la Alemania de los sesenta y activista al lado de Rudi Dutschke, el líder de la izquierda radical estudiantil de la época. “Springer fue el Darth Vader de mi juventud”, dice esta influyente periodista, quien después de ocupar cargos de responsabilidad en el
Tageszeitung, el diario de la izquierda contracultural berlinesa, se pasó al enemigo.
El proceso fue largo. En 1989, la caída del Muro le pilló estudiando en Estados Unidos, y allí, ante el entusiasmo de sus colegas norteamericanos, se dio cuenta de la indiferencia de la izquierda germanooccidental respecto a la dictadura vecina, durante los años ochenta, mientras se movilizaba por Nicaragua.
El pacifismo de la izquierda durante las guerras balcánicas de los años noventa y la guerra de Iraq contribuyó a modificar su posición.
“No entiendo cómo una persona de izquierdas podía querer que Saddam Hussein se mantuviese en el poder”, reflexiona. Aunque cuestiona la manera como se organizó la guerra, Lau estuvo a favor. “Algunos viejos amigos estaban horrorizados. Se perdieron amistades”, dice.
Mariam Lau no tiene inconveniente en ser llamada
neocon, aunque prefiere la etiqueta de liberal.
No niega los logros de la revolución de 1968, como la mayor libertad individual, en las relaciones de pareja, por ejemplo. Pero cree que el antiautoritarismo del 68 ha influido en fenómenos como la prolongación de la adolescencia hasta bien entrada la treintena, el que los alemanes sean reticentes a tener hijos o el que muchos padres jóvenes rehúyan el conflicto con los hijos. La novelista Sophie Dannenberg ve en el 68 un problema que va más allá de la revolución en las costumbres. Algunos elementos de la izquierda radical de los sesenta, que se rebeló contra los restos del nazismo que quedaban en la sociedad alemana de la época, derivan del nazismo, según la escritora.
Dannenberg cita el ensayo recién publicado
Die Bombe im jüdischen Gemeindehaus (La bomba en la casa de la comunidad judía), del historiador
Wolfgang Kraushaar, nacido en 1948.
Kraushaar, quien ha estudiado en ensayos anteriores el carácter violento del movimiento estudiantil de los sesenta, investiga el atentado frustrado contra la sede de la comunidad judía en Berlín, perpetrado el 9 de noviembre de 1969, la fecha en la que, 31 años antes, los nazis organizaron el pogromo de la noche de los cristales rotos.
Kraushaar ha abierto una polémica sobre los
vínculos entre el antifascismo y el antisemitismo, canalizado a través del combate contra Israel. “Los sesentayochistas alemanes se parecían horriblemente a sus padres”, ha escrito el historiador
Götz Aly en una crítica elogiosa del libro. El debate sobre el 68 entronca así con el trauma alemán, con la Alemania nazi y el holocausto.